miércoles, 10 de agosto de 2011

Él la encontró...


El la encontró un día llorando, y le preguntó:


- ¿Por qué lloras?


Ella se enjugó los ojos, lo miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.


Él, entonces, acercandose a María le tomó una mano, se sentó donde la muchacha mirbaa pasar la corriente del río y volvió a decirle:


- ¿Por qué lloras?


El sol trasponía los montes vecinos, la niebla de la tarde flotaba como un velo de gasa azul, y sólo el monótono ruido del agua interrumpía el silencio.


María exclamó:


- ¡No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes! Pues ni yo sabré contestarte ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio, fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede ni aún concebir. Te lo ruego, no me preguntes la causa de mi dolor; si te la revelase, acaso de arrancaría una carcajada...